
El barrio Estación Mapocho es como un borracho a la antigua; grita con descaro y jamás pasa desapercibido. Entona una canción alegre que conoce de memoria, quizás porque le recuerda a épocas pasadas y mejores. Conoce a todos pero saluda sólo a los amigos, a los confiables. Frente a los desconocidos opta por callar y desviar la mirada. Ha visto muchas cosas y morir a muchos amigos. Poco a poco, se va quedando solo. Pero jamás pierde su alegría.
Guerra de Bares.
El Touring Bar lleva 89 años instalado en Gral. Mackena 1076, entre picadas que intentan hacerle la competencia con sus completos y chacareros. Tras el mesón color ciruela, una muralla de botellas de vino y otras de colores se extiende con encanto. Una caja registradora de proporciones gigantescas yace sobre el mesón, y detrás de ella apenas se divisa a la Sra. Vicky sacando cuentas. Esta mujer es dueña del local desde hace 7 años, y nuera del dueño original. En el Touring Bar no se admiten revoltosos ni borrachos, aunque lo que más se venda sea la chicha y el navegado. El lugar es administrado por mujeres, pero los clientes más fieles pertenecen al sexo masculino.
A menos de una cuadra, en la calle Aillavilú, un edificio amarillo parece no encajar entre los locales de mala muerte. Es La Piojera, el bar de 91 años que la cultura guachaca ha decidido condecorar como Monumento de Los Sentimientos de la Nación. Su fama es indiscutible, cinco presidentes han pasado por él: Alessandri, Ríos, Allende y Frei padre e hijo. La Piojera se enorgullece de su clientela y cualquiera con buenos ánimos tiene las puertas abiertas. En su interior se canta, se ríe, se grita, y sobre todo se bebe. Si de tragos se trata, el “terremoto” y el “tsunami” son propuestas obligadas. Pero La Piojera no sólo es del pueblo, también conciente a su elite reservando para ésta el salón H.I.P. (“huevones importantes”). Es uno de los pocos bares en los que se mezclan las identidades y nadie lo nota; escritores, poetas, trabajadores, estudiantes. Lo que importa es la tolerancia.
Sin embargo, muchos bares como éstos han pasado ya a la historia o han optado por renovar su clientela. Es el caso del Wonderer, antiguo rival de La Piojera y el Touring, que tras cambiar de establecimiento, dejó de lado la tradición y es hoy un pub para universitarios.
Guerra de Bares.
El Touring Bar lleva 89 años instalado en Gral. Mackena 1076, entre picadas que intentan hacerle la competencia con sus completos y chacareros. Tras el mesón color ciruela, una muralla de botellas de vino y otras de colores se extiende con encanto. Una caja registradora de proporciones gigantescas yace sobre el mesón, y detrás de ella apenas se divisa a la Sra. Vicky sacando cuentas. Esta mujer es dueña del local desde hace 7 años, y nuera del dueño original. En el Touring Bar no se admiten revoltosos ni borrachos, aunque lo que más se venda sea la chicha y el navegado. El lugar es administrado por mujeres, pero los clientes más fieles pertenecen al sexo masculino.
A menos de una cuadra, en la calle Aillavilú, un edificio amarillo parece no encajar entre los locales de mala muerte. Es La Piojera, el bar de 91 años que la cultura guachaca ha decidido condecorar como Monumento de Los Sentimientos de la Nación. Su fama es indiscutible, cinco presidentes han pasado por él: Alessandri, Ríos, Allende y Frei padre e hijo. La Piojera se enorgullece de su clientela y cualquiera con buenos ánimos tiene las puertas abiertas. En su interior se canta, se ríe, se grita, y sobre todo se bebe. Si de tragos se trata, el “terremoto” y el “tsunami” son propuestas obligadas. Pero La Piojera no sólo es del pueblo, también conciente a su elite reservando para ésta el salón H.I.P. (“huevones importantes”). Es uno de los pocos bares en los que se mezclan las identidades y nadie lo nota; escritores, poetas, trabajadores, estudiantes. Lo que importa es la tolerancia.
Sin embargo, muchos bares como éstos han pasado ya a la historia o han optado por renovar su clientela. Es el caso del Wonderer, antiguo rival de La Piojera y el Touring, que tras cambiar de establecimiento, dejó de lado la tradición y es hoy un pub para universitarios.
El Monstuo.
Así es como los bares de Estación Mapocho se han ido perdiendo en la memoria. Y es que de seguro no debe ser fácil competir con el máximo devorador de turistas: el Mercado Central, que ofrece al público su interminable variedad de productos marinos y platos chilenos. Parece ser que en su interior todos se sienten protegidos y resguardados. Incluso los “lanzas” de la zona, que a menudo se internan entre sus laberintos con la esperanza de ponerse a salvo con su botín y dejar atrás a los carabineros de turno.
Café Con Coquetería.
Tentación Grado 3, Peter Pan, Pasion, Xenon, Tú y Yo; son algunos de los cafés con piernas y sitios topless que se ubican entre Gral. Mackena y Santo Domingo. Ventanales polarizados, cumbias que se cuelan entre las cortinas de colores que hacen de puertas para estos locales, trabajadores de terno que ingresan con el maletín en la mano y casi siempre solos. Verdaderos refugios para el hombre chileno que ofrecen junto a un café algo más que una galletita.
Bandera de Colores.
Jeans y chaquetas, camisones de dormir, zapatillas, ropa interior, sombreros y bolsos, incluso trajes de novia. Ésta es sólo una parte de los productos que ofrecen los numerosos locales de “ropa americana”. Al interior de estos sitios no se admite ser quisquilloso, las mejores ofertas compensan la dudosa procedencia de las prendas en venta. El panorama es singular; cientos de perchas apretadas y ropa de colores que construyen ante la mirada de los transeúntes verdaderos arcoiris de telares.
Ancianos con el diario bajo el brazo, abuelas compinches, madres y sus hijos de la mano, ejecutivos y colegialas. El barrio Estación Mapocho jamás descansa. Incluso cuenta con sus propios personajes, como Osama Bin Laden, un hombre de edad, barba gris y tez oscura que deambula por el sector dejándose caer de bar en bar. Los vendedores de frutas y verduras siempre tienen un piropo a flor de labios. Parece ser que ni la delincuencia, ni el narcotráfico, ni la prostitución, ni el Transantiago han logrado atenuar la alegría de uno de los sectores más propios de la tradición del centro santiaguino.
B.G.J.

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