Dicen que ya pasó de moda, que la foto de Don Miguel ya no llama la atención. Próximamente lo reemplazará la imagen de una dentadura corroída por la nicotina. Sin embargo, sus logros como rostro de la ley antitabaco ya no se los quita nadie. En un par de años, Miguel García pasó del anonimato a convertirse en un icono popular tan chileno como los porotos y las micros amarillas.
Su tarjeta de presentación dice “tabaquismo”, y efectivamente, eso es lo que hace: es el superhéroe antitabaco y dedica su vida a combatir al enemigo. Pero la historia se remonta muchos años al pasado. Don Miguel (74) nació, creció y se educó en Santiago. Estudió en el colegio San Agustín. Su primer contacto con el tabaco tuvo lugar durante sus años de adolescente. Cuenta que en una reunión entre amigos, alguien sacó un cigarro y lo fueron pasando de uno en uno hasta que llegó a él. Recuerda que la marca del cigarrillo era “Pectorales”, lo que resulta irónico siendo también el nombre de los jarabes para la tos. Hoy, cuando le preguntan por qué lo hizo responde lo que cualquier persona común respondería: “de mono, de sapo y por choro”.
Trabajó varios años como chofer de camiones en las minas de San Pedro de Atacama. Al tiempo lo mandaron a buscar para que se fuera de vuelta a Santiago. Desde hace siete años que realiza charlas en los colegios y le da la batalla al cigarrillo, pero asegura que cuando no hay recursos las cosan no son fáciles. Una vez lo invitaron a su propio colegio a hablar sobre el tema, pero las máquinas de trasparencias nunca llegaron y lo hicieron esperar dos horas para una charla de diez minutos. Le dio tanta rabia que se compró su propio proyector y hoy anda con su carrito para todos lados. Un día cualquiera recibió una llamada telefónica del Ministerio de Salud; querían saber si estaba dispuesto a prestarse como rostro para la ley antitabaco. Dijo que sí. Al tiempo, sin concursos ni sorteos, lo llamaron de nuevo: había quedado seleccionado. No preguntó cuánto pagaban. Para la curiosidad de muchos, hoy confiesa que no le pagan por lo que hace.
Para Don Miguel, lo más importante es prevenir, porque corregir es más difícil y menos fructífero. Es por eso que disfruta conversando con los niños, los que a su vez lo siguen, le piden autógrafos y que se saque fotos con ellos. Sin embargo, asegura que a Chile todavía le falta conciencia, pero que parte de esa responsabilidad debe venir desde arriba y que el Gobierno debe ponerse las pilas con el financiamiento de la ley. Dice que faltaron los medios para el lanzamiento de ésta, pero que como en todos los temas de salud, nunca van a existir los medios suficientes. Para él siempre, va a ser poco.
Don Miguel se siente orgulloso de ser la única advertencia viva en las cajetillas de cigarrillos de todo el mundo. Se jacta de que “nuestra advertencia gráfica habla, tiene algo que decir”. Jamás se ha arrepentido de su decisión de participar, por el contrario significa cumplir con un deber que él mismo se impuso. Aún así, confiesa que el cigarrillo es un fantasma que aún lo pena y que intenta alejar de su vida cualquier recuerdo de sus épocas de fumador.
Si Don Miguel se proclama enemigo del tabaco, entonces al alcohol le declara la guerra. Si tuviera la oportunidad de hacerlo, participaría gustoso en campañas que combatieran la amenaza social que representa el alcohol, y que además comienza a ponerse de moda. Don Miguel conoce bien el impacto que la bebida y el exceso pueden tener en la vida de la gente; su hija mayor murió atropellada por un conductor ebrio.
Pero a pesar de tanto bache que le ha puesta la vida, Don Miguel ha sabido extraer de cada situación una enseñanza para compartir. Ese es el rol que ha adoptado para crear conciencia en Chile, un país que a su juicio tiene mucho de que sentirse orgulloso, pero que aún le falta ser un poco más justo. Ser un país más de hermanos.

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